
04.09
CUBA tiene esa rara cualidad de los sitios especiales, y es que uno desea sentirse en ella. Sin más, ni menos, sin hacer o ver nada especial, solo saberse en el lugar. Es la cualidad de los lugares míticos, aunque no sabría decir si el deseo, la sensación, son producto de la mítica local o es por el contrario la propia cualidad mítica la que deriva de la naturaleza del lugar, capaz de generar esa mitología por quién sabe que conjunto de propiedades acumuladas.
Si esto fuese así, nuestro deseo no hace sino alimentar, reproducir, vivir el sueño.
Sin embargo, el reencuentro con la Habana ha sido vagamente melancólico. La sensación de que algo inaprensible se ha perdido, algo que pertenece a lo inmaterial, casi lo inefable. Con esta introducción parece que va a ser difícil definirlo sin contradecirme, pero puedo intentar aproximaciones.
La Habana revisitada (aquí el anglicismo tiene un matiz apropiado) se muestra cada vez más como el parque de atracciones de sí misma que hace cinco años anuncié. Concentrada desde luego en Habana vieja, pero extendiéndose a otras zonas como El Malecón. El mecanismo destinado al turista y a su explotación es cada vez mas feroz, extenso y evidente, con un resultado agotador, cansino.
Sigue conmoviendo la Habana de los habaneros, los solares depauperados, míseros, la partida de pelota en la calle, la conversación de los bicitaxis indolentes… Pero el negocio de don Eusebio, al grito de “a por ellos” aburre hasta al visitante mejor dispuesto a leer entre líneas.
No sé si fue antes el huevo o la gallina, creo que más bien se ha dado una coincidencia redundante entre la necesidad, el natural pícaro de los aborígenes y la palmaria creación del mencionado parque temático, constituido en cancha oficial del jinetero rampante (una de las principales atracciones del parque). Recuerdo que, pese a su acepción más extendida y comprendida en occidente, jinetero en La Habana es todo aquel que se busca la vida, el que “resuelve” al margen de los cauces convencionales y, por lo general, aprovechándose de la fortuna e inocencia de algún extranjero. Y habrá que aclarar ahora el significado de “resolver” en Cuba, el verbo que preside la subsistencia del cubano. Resolver aquí es también buscarse la vida, pero en un sentido más amplio; digamos que jinetear es una forma de resolver, aunque hay otras más convencionales como el intercambio, los favores o el trapicheo de toda índole.
El resultado ante el reencuentro con ese panorama ha sido un cierto desapego, una leve pérdida de capacidad magnética de La Habana, una forma del hastío que no promete nuevas visitas inminentes. Es algo así como la sensación de reencontrarse con una vieja amante, en la que uno reconoce todas sus virtudes pero no es capaz de precisar qué fue lo que lo atrajo fatalmente en aquella ocasión.

La decadencia de Habana Vieja no debe ser cosa de los últimos 50 años aunque está claro que el castrismo, hasta la llegada de Eusebio Leal, ha sido la puya que la ha rematado. Vedado y Miramar, con sus respectivas épocas de pujanza, son testimonio del abandono de las mansiones de Habana Vieja en favor de los nuevos barrios. La falta de servicios públicos y salubridad debieron ser los principales motores de la diáspora, que constituyó la primera causa de abandono. En aquel entonces nacería el “solar” habanero, este corral de vecinos abusivo y mísero que fragmenta una casa precedente y, con frecuencia, señorial. ¿Quizás comenzó siendo un negocio de los propietarios originales, que dividieron y arrendaron la casa que abandonaban? Sobre esta teoría se me plantea una duda, debida a la pujanza que entorno a la Calle Obispo muestran sedes bancarias de principio del S. XX. Parece que el poder económico siguió prefiriendo esta zona… Puede que muy circunscritos al eje que unía la Plaza de Armas y Catedral con el Parque Central, porque mantenía su carácter de nexo, creando una espina dorsal de poder y representatividad en medio del cuerpo moribundo de la ciudad histórica.

Tengo mencionado en un par de ocasiones a don Eusebio Leal Spengler, para quien no lo sepa, el Historiador de la Habana. Este cargo de resonancias decimonónicas no es el de un señor erudito que fatiga bibliotecas para recopilar la historia de la ciudad, aunque lo pareciera. No, se trata en el origen hispano del archivero municipal, devenido hoy en el conservador de todo el patrimonio de la ciudad. Dicho así tampoco se hace uno una idea aproximada de la envergadura del cargo que este señor ha recabado para sí. Y digo recabado porque sus funciones actuales han sido paulatinamente absorbidas por la Oficina del Historiador de la Habana, quizá ante la dejadez de otros. Digámoslo ya, para muchos cubanos Eusebio Leal es el hombre más poderoso del país después de los hermanos Castro. Y lo es sencillamente porque maneja más dinero que nadie, incluido el ejército o el Ministerio de la Construcción. Su Oficina sólo despacha con la Presidencia de la República (los Castro) y es la única entidad, además del Banco Central Cubano, claro, autorizada a manejar divisa extranjera dentro y fuera del país, comportarse como una empresa capitalista, vamos. Y eso lo logra manejando el mayor negocio de Cuba: el turismo en La Habana.
Para esa misión la Oficina del Historiador ha creado la omnipresente empresa HABAGUANEX. Se trata sólo de una de las empresas que aglutina la Oficina, el conglomerado económico más potente e interesante que está generando el régimen, hasta donde he sido capaz de percibir. La presencia de Habaguanex como única empresa turística en la Habana es muy notable, en Habana Vieja es apabullante, sencillamente se ha convertido en la “marca” del parque temático. Gestiona como propietaria hoteles, restaurante, tiendas…para ser exacto, todos los hoteles, todos los restaurantes, todos los bares, la mayoría de las tiendas… de hecho es gracioso, sobre todo en los restaurantes, como simula la autocompetencia, manteniendo o inventando el estilo, la especialidad, el nivel del local, simulando la variedad de un mercado de libre competencia, cuando en realidad pertenecen a una misma cadena. Es, literalmente el concepto de Parque Temático aplicado a la hostelería.
Santiago de Cuba, el Oriente.
Hemos tenido la enorme suerte de ser invitados en una casa santiaguera, siendo Santiago una de esas sociedades que hacen de la hospitalidad cuestión de honor, y siendo mi mujer una hija pródiga, emigrante retornada a una familia desconocida tras muchos, todos los años. La invitación ha sido proporcionada a ambas circunstancias.
La antigua casa burguesa, de dos plantas en una calle con casas de planta única, anuncia pasadas glorias. El estado de la fachada anuncia la decadencia sufrida por esta sociedad, corroborada por la partición de la finca, de la que la familia originalmente propietaria conserva solo el piso alto, mientras que el bajo está fragmentado en microviviendas que forman el típico “solar” cubano. Pasada esta impresión de decrepitud, la casa por dentro, por contraste, resulta incluso acomodada, aprovechando una tipología especialmente agradable que merece comentario arquitectónico aparte. No olvidemos que nos encontramos en la Cuba de la inacabada agonía castrista, lo que significa una inmensa pobreza asfixiando a su población, y por tanto, la casa presenta todas las carencias que se pueden esperar, aunque dentro de unos límites que aquí se podrían identificar como de “dignidad razonable”.
La hospitalidad, como queda dicho, es profunda y extensa, exquisita. No falta de nada, con abundancia y detallismo, aunque algo dice que se ha conseguido “resolviendo” para la ocasión, y aportando todos los restos del naufragio. No hay agua corriente en el baño pero sí tenedores de aperitivos de plata, seguramente decimonónicos.
La compañía es deliciosa y la cerveza abundante. La comida sencillamente espectacular. Un “puelco” empalado y asado en las brasas (hace tiempo que dejó de ser cochinillo), un congrí perfecto, buñuelos de malanga*, ensaladas, plátano macho, una indescriptible buena fruta, especie de mamey (mango) dulce como un pastel, llamada zapote** y un nada desdeñable helado natural de coco. El café, cubano.
* Tubérculo primo del boniato.
** Mamey colorao en Habana
Pero de todo, lo mejor es la mezcla de sabiduría y sorna tan cubanas. El insuperable análisis social y político construido a base de paciencia y guasa. Papito, el patriarca, sostiene que aquí le preguntas de sopetón a cualquiera que esté parado en una esquina, de qué vive y se lleva un susto al comprobar que así, de pronto, no lo sabe. Pero lleva 100 pesos en el bolsillo. La afirmación ante cualquier desastre local es que “este es el país de la ziguaraya”, nombre de fruta venenosa, que no he acabado de comprender porqué bautiza así al desbarajuste. O el magnífico dicho cubano, que resume demoledoramente la situación: “nosotros fingimos que trabajamos y ellos fingen que nos pagan”.

Lo cierto es que la combinación entre la natural desgana tropical y la desmotivación socialista ha conseguido desactivar hasta el último resorte la capacidad generadora de este pueblo, que se limita a “resolver” y sobrevivir, refugiado, cuando puede, en algunos placeres esenciales.
Pues en este mundo de desdicha y escasez, la hospitalidad es mucho más apabullante, la generosidad rotunda.
[Aún así, insisto en que esta es una familia que por uno u otro medio, mantiene un nivel de acceso a bienes elementales por encima de la media. En más de una ocasión he vivido una forma primitiva de hospitalidad en la necesidad (también en Sahara), en la que el anfitrión te invita a comer o tomar café mientras observa, sin tomar nada. Es la hospitalidad primaria en una sociedad de subsistencia, seguramente la de nuestros ancestros: el anfitrión se priva de su ración para ofrecerla al huésped. En los parámetros actuales de la sociedad occidental, con una cortesía formada en la abundancia y la ostentación, es una situación incómoda, pero hay que saber agradecerlo con profundidad y una dignidad pareja a la del anfitrión.]