Primeras notas en Toronto.
Es maravilloso visitar una ciudad de la que no te intersa ver absolutamente nada. La sensación de relajo, de vacío mental, te prepara para disfrutar de cualquier cosa que encuentres. Puedes emplearte a fondo en tonterías sin la incómoda sensación de estar perdiendo el tiempo. Es el escenario propicio para alimentar el verdadero espíritu de las vacaciones, de la holganza sin propósito.
Toronto, además, tiene la virtud de presentarse a la primera mirada con perfiles sorprendentemente interesantes para el que nada espera: multiculturalidad, desprejuicio social, contrastes, un fuerte carácter de "ciudad americana" en su morfología urbana... quizá no todo sea pereza en esta visita. Aunque sin duda, la óptima posición del observador desocupado saca lustre a situaciones y ángulos que en otra ciudad con mayor calado pasarían desapercibidos.
Para comenzar la deriva urbana, (nunca mejor traído el sustantivo tópico del turista postmoderno) he decidido comenzar por Asia. La idea viene de un artículo de suplemento leído en el avión, lo que ha sido una decisión aleatoria tan válida en este momento como cualquier otra; en una ciudad sin referencias un dominical te vale igual que la Encyclopaedia Britannica. Decía que he comenzado por Asia, es lo bueno del “melting pot“ ordenado por distritos, que sabes que tranvía coger para según qué continente. Y en el China Town de Toronto te has metido en el puñetero continente asiático, con clara predominancia china, pero importante presencia de prácticamente todas las culturas del extremo oriente. Un PHO BO (mi teclado americano tiene bastante con reproducir la ñ y acentos españoles, la enfurecida acentuación vietnamita escapa totalmente a sus capacidades)... un PHO BO, decía, te hace saltar las lágrimas por la añoranza oriental y las indescriptibles guindillas indochinas. El antro, Saigon Palace, es perfecto: somos intrusos en un mundo de orientales taciturnos, principalmente dependientes de las tiendas vecinas y alguna pareja dominguera, porque aquí las tiendas abren los domingos, claro; podríamos estar en cualquier comedero de la ribera del Mekong, salvando la temperatura, con sus manojos de palillos, sus cuencos humeantes y la parafernalia sintética china acumulando polvo. Nada estorba en el espejismo oriental, además, si miras por la ventana, hay algo en el desarraigo y la impertinencia de la urbe americana que encontramos igualmente en la metrópoli asiática sin referencias, de la que Ho Chi Mihn City es un epítome. Después, con los labios aún adormecidos y el ánimo exaltado por el octanaje de la sopa, la inmersión, el paseo sin destino, disfrutando del tiempo en cada esquina y en cada bazar. Por cierto, una de las primeras impresiones es la de que en ninguna ciudad no hispanohablante he oído hablar tanto Español como aquí, aunque me faltan algunas como Miami que deben de ser lo máximo.
A cuento de todo esto me viene a la memoria otra lectura reciente, un artículo de Leopoldo Calvo-Sotelo (lo supongo hijo o sobrino del difunto) contiene un párrafo extremadamente lúcido que copio para aliviar al texto durante unas líneas de la torpeza de mi escritura:
... “Desde el punto de vista estético, existen dos maneras de satisfacer las demandas de un abigarrado público universal: el multiculturalismo y la neutralidad cultural. El multiculturalismo (que suele caracterizar la aproximación norteamericana al problema) se basa en yuxtaponer elementos procedentes de distintas culturas, sobrecargando el numerador de sumandos. Más elegante es la solución de la neutralidad cultural: se trata de buscar un denominador común a través de la estilización, que consiste en reducir la representación de los seres y de las cosas a sus rasgos más elementales, eliminando las aristas idiosincráticas.“
Si hacemos caso a lo anterior, Toronto cumple rigurosamente el paradigma norteamericano, abigarra extraordinariamente el picadillo multicultural, sin ahorrar ni uno solo de los elementos de los que le proporciona su despensa migratoria. No es fácil estar en una ciudad que presente el grado de complejidad de este collage, al menos en Europa, donde ciudades como Madrid, Londres o París son ya exponentes de la multiculturalidad, en especial Londres, más que por número por concepto, ya que sin intentar enmendar a Calvo-Sotelo, tengo la impresión de que esta forma de integración (o “anti-integración“) más que norteamericana es anglosajona.
Pues aquí estoy, al pairo en esta ciudad cuyas claves, muy de lejos, se me escapan tanto en lo geográfico, como en lo social, estético o de cualquier orden... Sólo me acoje la retícula como supremo argumento de orientación y que hace a una ciudad tan grande como ésta aparentemente asequible. Pero no nos engañemos, esa legibilidad de calles y avenidas, pulcramente recorridas por tranvías ordenados, esconden una forma perversa de laberinto, el laberinto del tamaño y de la falsa homogeneidad que alinea mundos absolutamente diversos y en el que la brújula es inútil.
según algún diccionario: colección de inscripciones recuperadas en fragmentos de lápidas de época clásica.
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