El Monumento al Holocausto de Berlín se situa entre la Puerta de Brandenburgo y Postdamer Platz, en uno de los muchos vacíos urbanos que ha dejado el trazado del Muro, lo que no es una pirueta histórica menor. Sus autores son Serra y Eisenman y se inscribe en el marco de operaciones de lavado de conciencia que acompañan a la definición de la identidad de la Alemania democrática, de las que seguramente constituye una de sus cimas.
Como lugar, incluso desposeído de significados a priori, es una de las grandes experiencias espaciales-emocionales que se puede tener en el mundo de las formas creadas por el hombre. Es un monumento que se vive, no se visita. Avanzar, hundiéndose con el suelo entre el bosque de ominosas estelas, es algo que nadie sensible va a olvidar. Muy recomendable experimentarlo con llucia, niebla y poca gente; yo lo he padecido en agosto... en fin, no debe de ser lo mismo.
El pequeño museo subterráneo es de interés menor. Si no se tiene interés por profundizar en los propios conocimientos del holocausto judío con detalles peculiares, lo más valioso es la forma elegida por Eisenman para generar una topografía invertida en el techo de las salas, con las "raíces" de las estelas en negativo, generando la metáfora de estar viviendo la tumba, el lugar de la muerte. Aunque la relación funcional con el exterior, correcta pero banal, destruye el impacto de la sensación. Por otro lado, la inserción de los accesos y salidas de emergencia, interfiere negativamente en la pureza del campo de estelas.
Dicho todo lo cual, como experiencia para un coleccionista de Lugares, es imprescindible.
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