según algún diccionario: colección de inscripciones recuperadas en fragmentos de lápidas de época clásica.

20.3.08

DE ILUMINACIÓN HISPALENSE

Los pobres y los autónomos (con frecuencia la conjunción es redundante) tenemos por costumbre enfermar en días festivos. Así me veo en Jueves Santo, aplicando la norma y refugiado en casa. Esta circunstancia me va a permitir llevar al teclado una reflexión que, puntualmente, vengo haciéndome cada año tal día como hoy, a eso de las cuatro de la mañana.
En ese momento, si no hay circunstancias especiales como ésta, tengo por costumbre estar vestido de ruán negro en la calle Cuna, aguantando un parón mediano y esperando a que, bastante más allá, la Macarena nos deje pasar. Quien sepa de qué estoy hablando ya me ha entendido y a quien no no se lo voy a explicar hoy, porque no toca.
El caso es que el plantón y el mutismo dan tiempo para observar y pensar. Y en esa calle, como en muchas otras del centro histórico de Sevilla lo que se ve es una luz cenital, alta, mortecina, como de carretera. Porque son exactamente farolas de carretera las que iluminan esas calles.
Las grandes fiestas colectivas son momentos clave en los que una ciudad se reconoce a sí misma, porque es entonces cuando la sociedad que ha construido la ciudad y la habita saca a relucir sus porqués y sus cómos, su íntima visión del mundo en forma de disparate común. Es cuando los parámetros de la ciudad física se ponen a prueba, demuestran hasta donde funcionan. En ese sentido la Semana Santa le estira a Sevilla las costuras, la maltrata, la somete a la prueba del nueve. Y de esa prueba la ciudad suele salir bastante bien parada, aunque hay arquitecturas que demuestran mejor que nunca su desubicación y detalles que chirrían especialmente.
Uno de esos detalles es el mencionado de la iluminación urbana. Y, quede claro, no es que haya que iluminar la ciudad pensando en Semana Santa, es que en esta fecha singular se pone de manifiesto con especial inquina un horror que padecemos todo el año. Hay un número importante de calles del centro de la ciudad (Cuna, Sierpes, Javier Lasso, Trajano, O'Donell, Amor de Dios, Imagen...) que están iluminadas con unos infames lamparones de carretera periférica situados a la altura de una segunda planta, que ofenden a la ciudad con una iluminación indigna de una ciudad histórica como ésta. En Sevilla parece haberse olvidado esa cosa fundamental que es la luz que nos permite percibir la imagen de una ciudad durante las muchas horas de oscuridad. Hay una iluminación funcional, como de desarrollismo cutre, que algún ingeniero calculó con desgana hace mucho tiempo, con criterios de iluminación mínima basada en el tráfico. Pero Sevilla no merece eso, reclama su imagen (quizá su principal patrimonio), su belleza, y la luz para percibirla es un factor fundamental. Se oyen voces contra la singular iluminación de algunas zonas con intervenciones recientes (como en las plazas del Pan o la Pescadería) que, pese a lo que se pueda opinar de los soportes, desde el punto de vista que hablo son excelentes, pero sin embargo no se oye nada de esta infamia que se ha perpetuado en nuestra retina hasta hacernos creer que no puede ser de otra forma.
Quizá por suerte, una vez al año, en un parón, vemos delante nuestro un Nazareno antiguo bañado por una luz amarilla que ofende su belleza barroca, en un ambiente indiferenciado y sin contrastes. Ese momento nos devuelve la conciencia de la ciudad en la que vivimos y nos hace pedir para Sevilla una luz vibrante, brillante, matizada, específica, escenográfica... una luz pensada para cada esquina, para cada plaza... la luz que merece.

ps. el parche antes que el grano: no quiero excusas de eficiencia energética, la técnica ha avanzado lo bastante como para que cambiar el sistema de iluminación de estas calles suponga, además, consumir mucha menos energía.