según algún diccionario: colección de inscripciones recuperadas en fragmentos de lápidas de época clásica.

6.4.09

Primavera en Quebec

http://es.wikipedia.org/wiki/Ciudad_de_Quebec

Nunca pensé en venir a Canadá. Uno de los países que me producían menos curiosidad en el mundo; pero volver por segunda vez en menos de un año sí que ha superado todas mis expectativas de lo que decididamente no iba a hacer.

Creo que ya lo he dicho en algún sitio, como naturaleza Canadá es espectacular, en cuanto a sus ciudades... bueno, uno puede morir sin conocerlas. Aquí también existe el chiste que en España atribuimos impíamente a Badajoz: el concurso que como primer premio tiene una semana en Toronto y como segundo premio dos semanas en Toronto. Pues por ahora Toronto es la ciudad que más me ha interesado en Canadá.

Para poder decir que Quebec me ha decepcionado debería poder decir que tenía alguna expectativa sobre ella. Cuando vine a Canadá como turista la evité decididamente y ahora que la vida académica y de charlatán me han traído aquí puedo decir que fue una decisión perfectamente razonable. Y con todo, no está absolutamente exenta de interés, como seguramente no lo están ninguna de las que el hombre, por una u otra razón, ha construido. Pero se presenta turísticamente como una "joya europea en América", lo que anuncia una marea inevitable de pretenciosidad y kitsch que uno puede ahorrarse. Amenaza además con el poco tranquilizador título de ser la ciudad más turística de Canadá. La realidad no es tan grave, pero en fin, con las mismas horas de viaje uno llega a sitios incomparablemente más fascinantes y si lo que busca son ejemplos de ciudad europea, pues qué decir...


Sólo la condición de ser la única ciudad amurallada al norte de México ya anuncia su carácter europeo. Su fundación en 1608 y rápido desarrollo, que debe a su condición de puerto interior en el San Lorenzo, construyen pronto una ciudad que ha llegado a nosotros como "Vieux-ville", reconocible desde los parámetros de las urbes francesas contemporáneas, condicionada por las características de la colonia, pero mucho más vinculada morfológicamente a la metrópoli de lo que lo estuvieron nunca las inglesas. Dentro de los rasgos coloniales está, claro, la ausencia de traza medieval, aunque la orografía dota a la ciudad de un movimiento que "camufla" esta evidencia. Por otro lado es notable el conjunto de circunstancias que han concurrido en la voluntad decidida de mantener esa ciudad antigua a pesar de las numerosas destrucciones que ha padecido debido a la entretenida relación entre franceses e ingleses por estas latitudes. Es una ciudad que se ha reformulado como la ciudad precedente que era a pesar de los avatares históricos, con una especie de reivindicación de su personalidad fundamentada en el pasado y no en el futuro, lo que no es nada americano. Esa reivindicación se ha mantenido desde un momento sorprendentemente temprano, con una rara conciencia de la singularidad de la ciudad en este extremo del continente. Sus gobernantes ingleses, a finales del XIX, decidieron ya respetar las murallas en lugar de demolerlas, lo que para la época se trata de un insólito gesto de visión patrimonial (o turística, no olvidemos la tradición viajera y pintoresca inglesa a lo largo del ochocientos). Eso sí, las murallas se rebajaron para permitir la vista del paisaje, por lo que desde su interior se perciben como una especie de super-pretil que protege del escarpe. Otro ejemplo de la decisión de mantener la ciudad es el de la catedral, destruida hasta dos veces y vuelta a levantar con la traza original. Seguramente la religión y el carácter extremadamente conservador que ha caracterizado a su población tienen que ver con este fenómeno de mantenimiento de la identidad. Aquí parece que el catolicismo ha tenido un tinte de poderoso cohesionador social, muy en especial contra la dominación inglesa primero y contra la federación canadiense después. Aunque no olvidemos que aquí sigue habiendo reina, y es su graciosa majestad Isabel II (!)
Con todo, arquitectónicamente, lo más interesante de la ciudad es el caserío. La colección de tipologías y soluciones constructivas, así como las adaptaciones y transformaciones que leen la ciudad a través del tiempo nos dan la visión más rica de la ciudad viva que fue, desde los pocos ejemplos que se conservan de los orígenes hasta las desigualmente afortunadas intervenciones del XX, pasando por los dwelings de la dominación británica o el historicismo de los florecientes comerciantes decimonónicos.

La ciudad al exterior de los muros seguramente merecería un comentario, o muchos, pero la he frecuentado poco. Los caminos históricos al sur se han consolidado en el altiplano como las avenidas principales que comunican con el mundo más´állá de los ríos, flanqueadas de barrios que en ocasiones son ya históricos, con un caserío igualmente interesante, en el que abunda el tipo triplex que he comentado ya en la entrada dedicada a Montreal, con ese aire colonial indefinible y que genera unas calles tan bonitas y vivideras, con ese espacio para la convivencia entre lo público y lo privado que constituyen las balconadas y el jardín formado en el ancho de la escalera. Tampoco faltan los palacetes historicistas, granados por ejemplos sorprendentes tipo château o los más elegantes cottage



Lo de la arquitectura del château aquí ha hecho mucho daño. Invento de los arquitectos de la Compañía del Ferrocarril, que desarrollaron estaciones y hoteles paralelamente a su movimiento de expansión por el país a lo largo del XIX. Con poca imaginación, nulo gusto y un rotundo desprecio al sentido de la proporción, aquellos mastuerzos levantaron moles angustiantes en aquellas ciudades a las que llegaron, pinaculadas de cobre verde sobre montañas de ladrillo, con gran despliegue de neogótico. El resultado más visible en Quebec el el descomunal y bombástico Hotel Château Fontenac, orgullo de la ciudad que se levanta en el punto más prominente del risco para convertirse en el edificio más fotografiado de la ciudad y, sin duda, uno de los más feos y desproporcionados que he visto en mi vida. Pero no hay que olvidar la nada despreciable estación de trenes. Igual pero quitándole varias plantas, resulta una tarta aplastada bajo un descomunal tejado de blancanieves en su peor momento Walt Disney.

En fin, este lugar desubicado, último bastión septentrional de la civilización en la región de Quebec, aislado en medio de una región escasamente habitada, sobre un peñasco que parte los ríos San Lorenzo y San Carlos y para el que una copiosa nevada a diez bajo cero es su idea de primavera, este lugar, digo, es el que me ha entretenido una semana pensando qué se me habrá perdido en este sitio.

Nota climática: De nuevo verificamos la importancia de las corrientes marinas y de aire en los climas de los lugares, más allá de los datos de latitud y longitud. El caso de las orillas del Atlántico siempre me sorprende por más que sea tan conocido y explicado. Este sitio, junto a un gran río, al nivel del mar y a 46ºN (poco más arriba de los Pirineos, por tanto), soporta condiciones invernales que en Europa tendríamos que ir a buscar a Siberia (para conseguir -12º de temperatura media en enero y sólo 4º de media anual hay que pasar mucho frío). Y el verano, siendo suave, tiene puntas de temperatura considerables, que conviven con una humedad muy elevada. Una delicia. Lo que hace la gente por dinero...