según algún diccionario: colección de inscripciones recuperadas en fragmentos de lápidas de época clásica.

2.9.08

el turista tranquilo

uno de los tics más irritantes de la postmodernidad líquida es el desprecio al turismo, que todos hemos ejercitado más o menos displicentemente ante alguna bulla de sonrosados sajones en pantalón corto o disciplinados orientales buscando el banderín amarillo. mea culpa. el grado supino de papanatismo en esta especialidad es la distinción entre "turista" y "viajero", ante la cual, casualmente, el que la cita siempre se autoproclama "viajero", mientras en su fuero interno jura por enésima vez tirar el macuto de travelplan que conserva en el altillo.
podemos citar a bowles cuando sentenciaba que "sólo es viajero aquél que no sabe si un día volverá". y yo no conozco a nadie que haya quemado las naves, entre otras cosas porque hoy en día son de iberia y te meten un paquete por terrorismo.
dicho todo lo cual, es cierto que la turistización de un lugar (coño, qué porquería de palabro) lo aniquila, le roba el alma, lo deja inservible. y no es una cuestión personal, adolescente, de "yo no soy como ellos". no, es una cuestión estructural, industrial; un proceso de mercadotecnia que ha derivado en una máscara que el lugar ha construido sobre si mismo para su consumo por la avalancha de turistas programados. esa máscara tiene algo de caricatura, de exageración y simplificación simultáneas de los rasgos locales, para su fácil apreciación por parte del turista poco atento, quizá poco sensible, probablemente poco preparado y con seguridad muy apresurado. es, en definitiva, un parque temático del propio lugar superpuesto al original, eliminando todas esas cosas enojosas y aburridas que tiene la realidad y, desde luego, evitando que el buen turista tenga que relacionarse con ella. en ocasiones la máscara usa de los elementos físicos de la realidad, los monumentos, los paisajes, y los entreteje con la ficción generada o recreada, como en un robocop de ciencia ficción; en otras ocasiones, el destino turístico original fue depauperado hace mucho y todo lo que percibimos es ya pura escenografía.
en cualquier caso, lo que percibimos, a poco que nuestra atención, sensibilidad o simplemente disponibilidad de tiempo nos lo permita, es deplorable: un armatoste sin alma que, en el peor de los casos (la alambra), usa el cadáver del lugar original, en un macabro comercio necrófilo, asesinado por los mercaderes. ése es el problema con el turismo, la banalización de la belleza, la divulgación de lo sublime (este propósito le parecerá magnífico a más de un imbécil, seguramente consejero de turismo o algo en algún taifa, pero un mínimo repaso etimológico evidencia la contradicción intrínseca, biológica, que impide la coexistencia de lo sublime y la divulgación, donde aquello suele morir en presencia de ésta).
los procesos que llevan a la transformación de los lugares son complejos, paulatinos y seguramente inconscientes en muchas de sus fases, pero el resultado es reconocible por todos.
yo soy turista, un simple turista, pero en la medida en la que me concedo tiempo para contemplar y pensar en lo que he visto, procuro informarme y me gusta relacionarme con los locales, conocer su circunstancia y sus porqués, la superestructura turística me resulta agotadora, impenetrable, inservible. qué más quisiera yo que recrearme y conocer la esencia de la alambra (de nuevo), piazza san marco, el templo de tiem-piè, las cataratas de niagara, chichén itzá o una playa de bali, pero es que no me dejan, los han aniquilado, no existen y además, con mala suerte, me empujan, circule por favor, que ya venden postales a la salida. así que los que pretendemos viajar despiertos tenemos que conformarnos con sitios inferiores, seguramente menos bellos que aquéllos que el turismo fagocitó. a cambio nos relacionamos con seres y lugares vivos, sin impostura. a cambio podemos relacionarnos y enriquecernos, buscar ese raro fruto que es aprender genuinamente de lo realmente distinto.