según algún diccionario: colección de inscripciones recuperadas en fragmentos de lápidas de época clásica.

4.4.10

ECOSOFÍA PARA LA TRANSICIÓN URBANA

Instalación urbana. Toronto 2oo9.

Esta entrada podría considerarse el post-prólogo de una serie que reflexionará sobre la cuestión que planteamos. En ella se propone que debemos considerar una perspectiva integradora de la ciudad contemporánea y futura, que dé respuesta unitaria a los problemas, a través de soluciones orgánicas; ya que soluciones sectarias y parciales, provocarían problemas “río abajo”, en el desarrollo de las mismas, derivadas de posibles incompatibilidades.

La clave para pensar estas soluciones la encontramos en el concepto de “ecosofía”, que aúna las aproximaciones al devenir del hombre y/en su medio, bajo un punto de vista encaminado a compatibilizar las acciones por la sostenibilidad, entendida como un proceso transicional hacia un escenario sustancialmente distinto al que nos ofrece el paradigma de consumo bajo el que vivimos, basado en recursos virtualmente ilimitados y sumideros que, mágicamente, no tienen fondo.

Por otro lado, no menos importante, afirmamos que la ciudad histórica es modelo válido y fuente de información e inspiración para este desarrollo integrador, evolutivo y sostenible.

Los términos que manejaremos en esta y sucesivas entradas los encontramos brevemente descritos y encuadrados en mi entrada anterior en este mismo blog, “PALABRAS MÁGICAS”.

Planteamiento

Entre la condición cambiante y problemática que presenta la ciudad contemporánea de la sociedad occidental, detectamos dos retos fundamentales: en primer lugar, su adaptación a los nuevos modos de habitar que la sociedad actual está demandando, a causa de los cambios en el paisaje humano y en las relaciones sociales; en segundo lugar, su sostenibilidad desde el punto de vista ecológico, como construido físico, en los términos que plantea el reto de la transición a una nueva estructura global de recursos.

La cultura dominante nos ofrece un modelo de vida. Esa vida se desarrolla en una serie de escenarios planificados para albergarla: unos tipos de ciudad y arquitectura determinados. Pero ese modelo es sólo una posibilidad, por más que intenten convencernos de que es la mejor, por no decir la única. Es evidente que hay otras formas de vida que responden a parámetros culturales distintos. Si otras vidas son posibles, ¿requieren escenarios distintos? y ¿hasta qué punto la naturaleza de esos escenarios influye en la vida que podemos desarrollar en ellos? O dicho de otra forma ¿cuánto puede influir la arquitectura en la vida que llevamos? y también, para proponer un cambio en nuestras vidas, ¿necesitamos cambiar nuestras casas, nuestra ciudad?.

Por otro lado, un nuevo y descomunal reto se plantea ante nuestras sociedades, nuestra civilización: el reto de la sostenibilidad. Nuestras ciudades, el hábitat construido que nos damos a nosotros mismos, no puede perpetuarse tal y como lo conocemos hasta ahora mucho más tiempo. Es más, la misma supervivencia de la especie humana en el planeta, parece amenazada precisamente por los parámetros con los que se ha desarrollado ese hábitat.

La coincidencia en el tiempo y en el espacio de estas dos cuestiones (nuevas formas de vida y necesidad de cambiar las estructuras urbanas y arquitectónicas hacia la sostenibilidad), deben poder sugerirnos una línea de reflexión. En este sentido, pretendemos una aproximación “ecosófica”, según el término de Guattari, en la que se encuentren de forma natural y sinérgica, las tendencias y necesidades sociales con las prioridades ecológicas que constituyen el nuevo paradigma cultural.

Vamos a intentar desarrollar algunas ideas sobre estas cuestiones, aunque no se garantizan respuestas universales, lo que diferencia a la investigación y la reflexión de la publicidad.

Hace muchos miles de años el hombre pensó que podía mejorar las condiciones que le ofrecía la caverna o el reparo del bosque, modificándolas a su conveniencia, y comenzó a labrarse un refugio, urdido por su propio ingenio. Desde ese momento, en el que tenemos derecho a pensar que nació la Arquitectura, los edificios que el hombre ha construido para su uso han condicionado las formas de vida, las actividades que en ellos se han desarrollado. Otro tanto, por extensión y acumulación, podemos decir de la ciudad.

Este condicionamiento que nuestro medio físico nos impone, era de alguna forma la recíproca inevitable al hecho esencial de la arquitectura: cambiar las condiciones que nos venían dadas por el entorno. Si se modificaban unas determinadas condiciones era para crear otras, perseguidas por los que ideaban el edificio. Esas eran, a la postre, las condiciones que determinaban el uso para los ocupantes.

Probablemente, los parámetros que la arquitectura pretendía y podía modificar en los orígenes se limitaron al bienestar: mejorar la temperatura, proteger de las inclemencias meteorológicas, proporcionar seguridad... Este listado ha ido aumentando conforme la civilización ha ido incrementando y haciendo más complejo el catálogo de los parámetros que la componen, susceptibles de ser determinados, expresados, controlados por la arquitectura.

Así podemos resumir que el medio construido (edificios y ciudad) es un compendio de objetividad y semántica, condiciones físicas e información, cuya estructura y materialización vienen estudiados y definidos por las disciplinas que producen dicho medio (arquitectura y urbanismo).

Los hombres, desde el individuo hasta las más complejas sociedades, se han servido de estas disciplinas para modificar las condiciones físicas y transmitir información a través de sus obras. Esta intención primaria es común a quien construye un establo para proteger a su ganado y a quienes deciden levantar una mezquita para orar y al tiempo dejar clara la importancia de su religión en la jerarquía social. Los medios y naturaleza de las intenciones son, evidentemente, muy distintos, pero comparten un conocimiento y gesto esencial común: con la arquitectura modificaremos las condiciones del medio.

Hasta aquí sólo se ha enunciado una obviedad: que la forma, materiales y disposición de los edificios y la ciudad condicionan la vida de sus usuarios. Pero convenía detenernos en el origen de este hecho que de tan evidente con frecuencia olvidan legisladores, encargantes, proyectistas y usuarios, porque es el que sostiene las ideas que seguirán en sucesivas entradas.