según algún diccionario: colección de inscripciones recuperadas en fragmentos de lápidas de época clásica.

12.8.10

HORTUS CONCLUSUS


Estoy pasando una de las mejores vacaciones que recuerdo. Sólo con mi mujer y sustancialmente encerrados en una casa con jardín. El sitio no es indiferente a la calidad del tiempo del que disfrutamos. Pero descrito simplemente no explicaría su virtud.

La casa es la rehabilitación y ampliación de lo que seguramente sería un antiguo puesto ferroviario. Pegada al trazado de una antigua vía, hoy convertida en una espontánea “vía verde” y a la explanada que ocupó una ya inexistente estación de ferrocarril. Se encuentra en una ladera con escasa construcción, a las afueras de Privas, en la comarca francesa de Ardèche. Cuenta con una parcela mediana, no más de 600 m2, convertida en un jardín. Dicho así no parece nada especial y, desde luego, las condiciones de partida no lo son, cualquiera de las casas que se ven en el entorno parece tan agradable como vulgar. ¿Qué la hace especial?

La casa en sí es acertada. Lleva a cabo un buen criterio de ampliación: la casa antigua le da carácter y la zona ampliada (una construcción en madera contemporánea y correcta) le da especialidad y amplitud. El resultado es cómodo, vividero y acogedor, luminoso y rico en espacios distintos.

Pero la auténtica clave está en el jardín y la relación de la parcela con el espacio circundante. Es un jardín cerrado. Se ha renunciado intencionadamente a las vistas, a la relación con el exterior y se ha construido un paraíso interior, el yenat de los musulmanes, el hortus conclusus occidental, lo que siempre han intentado lograr los grandes jardines. Hay gran cantidad de vegetación frondosísima, sabia y bellamente dispuesta, en aparente desorden silvestre, hay relieve, hay agua y su sonido, hay color, sombra, una enorme jaula que permite un pequeño corral con gallo que nos recuerda la ficción del tiempo y alguna otra fauna que da compañía (tres gatos, un periquito y un loro hablador, aunque en francés); la casa, pegada a una medianera de la parcela trapezoidal, ordena el espacio libre en tres jardines que crean zonas de estar claramente diferenciadas y que transmiten sensaciones distintas.

La vegetación logra agotar la mirada en su límite, constituir el único paisaje de la casa. Paisaje privado, planificado, cuidado en todos sus detalles. Su apariencia silvestre evita el cansancio que produce la limitada belleza que es capaz de conferir el orden humano. El resultado es un entorno virtualmente infinito y desconocido, en el que basta no pretender penetrar para que mantenga su virtud.

Todo ello transfiere una sensación de paz, de acogimiento, de haber llegado, que ha transformado nuestros planes de vacaciones en una sucesión de momentos atemporales dedicados a leer, dormir, tomar el té como se debe, reposar la mirada sin objetivo en cualquier rincón, escuchar la lluvia (que en un paraíso particular es tu propia lluvia), disfrutar de esta intimidad o decidir en qué bodega comprar vino y con qué queso tomárselo.

En estas casas que uno habita temporalmente y de forma un poco aleatoria, fruto del intercambio, se descubren virtudes inesperadas de sitios que no hubiésemos buscado intencionadamente. Es una lección de vida y de arquitectura aprender con la experiencia cómo te cambia la actitud y hasta los planes un lugar que te llena, aunque si le lo hubiesen descrito detalladamente nunca lo hubieses elegido como lugar de vacaciones.

El contenido de la casa merecerá otra reseña.

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